sábado, 15 de septiembre de 2018

La vuelta en Vizcaya

Tiene la vuelta ciclista a España cierta propensión, durante los últimos años, a los puertos de cuestas imposibles, aunque los puristas de la bicicleta renieguen de las montañas que se suben y bajan por una única carretera. Justo como ayer, donde el monte Oiz impuso ese tipo de porcentajes a los ciclistas.

Allí sufrieron todos, los que llegaron primeros, los favoritos a la general y el pelotón de rezagados, finales tan duros donde hasta el ganador de la etapa llega dando bocanadas de aire y necesita un auxiliar junto a la meta para ayudarle a mantener el equilibrio. Momentos en los que los ciclistas se preguntan cuántas trampas y cuestas de este tipo les han puesto los organizadores antes de llegar a Madrid el domingo. Solo quedan cuatro días para terminar la vuelta.

Cada etapa tiene tantas historias como corredores participan en ella, todas llenas de ciclistas, de corredores que disfrutan y sufren a partes iguales, buscando sus pequeños momentos de gloria cada día.

Fabio Aru es un ciclista italiano enjuto y de permanente sonrisa que lleva un último año complicado, con malos resultados, enfermedades y que tampoco está levantando cabeza en la vuelta. Ayer no fue su mejor día, con una caída antes de la última subida que le dejó con medio glúteo al aire, el culotte roto, sangrando y maldiciendo contra el cambio de marchas de su bici. Aun así, se subió otra vez a la bicicleta y continuó hasta la meta.

David De la Cruz es un corredor del equipo Sky, el todopoderoso equipo británico, que asumió a principio de la vuelta la función de líder del equipo, ante la ausencia de los dos grandes líderes de su formación, pero que, poco a poco, fue perdiendo tiempo hasta alejarse del liderato de la carrera. Ayer decidió redimirse, se escapó al principio de la etapa con otros 25 corredores y alcanzó la base del último puerto escapado, con cuatro minutos de ventaja sobre el pelotón del líder Simon Yates, acompañado por una docena de corredores más. Durante la ascensión, hubo varios momentos de la subida en los que daba la impresión de no poder seguir el ritmo de los mejores, siempre subiendo al final del grupo de cabeza, pero a dos kilómetros de la meta lo dio todo y solo le aguantó otro ciclista. Al no conseguir despegarlo de su rueda, a un kilómetro de la cima, en un pequeno descanso en la subida entre rampas imposibles, relajó el embite y otros dos corredores se unieron al dúo de cabeza. El final es más triste, a pesar de su intento no pudo ganar la etapa. Su sufrimiento le llevó al tercer puesto de la etapa, a nueve eternos segundos del ganador.

Por último, el ciclista canadiense Michael Woods, el que aguantó la rueda a De la Cruz en las cuestas más duras del monte Oiz y rompió el sueño del corredor catalán. Pero es que Michael también tenía su propio sueño. Su propio objetivo, su propio sufrimiento que, entre lágrimas, nos narró en la meta: «Hace dos meses mi mujer y yo perdimos un bebé, estaba embarazada de 37 semanas, he hecho toda la subida pensando en él, le íbamos a llamar Hunter».

Ganó Woods, y se lo dedicó a Hunter.

martes, 4 de septiembre de 2018

Agosto

Aprovechamos las vacaciones de mi novia para invadir su piso. No os llevéis a engaños, eramos una pareja de cuarentones que habían encontrado su segunda oportunidad, pero esa es otra historia. Ella se había ido de viaje a Tanzania, así que me traje a mis hijos a su pequeño piso. Después de tres años pasando las vacaciones en casa de mi madre, un periodo familiar para compartir espacio los tres solos me pareció apropiado, casi ideal.

Yo estaba en búsqueda de empleo. Más exactamente preparándome en una academia, así que las mañanas las pasaba estudiando en clase. Pero mi hijo pequeño no quería estar en casa, el siempre intentaba pasar el máximo tiempo posible conmigo los periodos que no estaba con su madre, así que se me presento el dilema de como acudir a la academia, ahora serian el doble de tickets de autobús de ida y vuelta, y para la estrecha economía de un parado sin prestaciones era un gran problema. Mi hija mayor, en cambio, no tenia problema en dormir toda la mañana.

Así fue como volvimos a montar en bicicleta. Hacia años que no lo intentábamos. Mi hijo tenia nueve años y todavía no sabia montar. Su hermana había aprendido conmigo con tan solo tres años, pero no todo el mundo necesita el mismo tiempo.  Y en gran parte la culpa de que todavía no supiera montar en bicicleta era mía. Me fui a trabajar al extranjero unos años y en los breves periodos de tiempo que regresaba, no nos daba tiempo a entrenar lo suficiente. Mi ex tampoco intentaba enseñarle y cuando nos divorciamos la bicicleta se quedo en su casa, pero mi hijo nunca la usaba. También había heredado el niño mi deficiente sentido del equilibrio y eso, con las prisas, lo complicaba todo.

Tampoco tenia una bici adecuada para su tamaño. Todo eran pegas. Pero mi novia tenia una bicicleta plegable y eso se adaptaba al tamaño del niño. Salimos a una hora prudencial, que eso en Valencia en agosto es pasadas las siete de la tarde. Se cayó dentro del portal, se tropezó al salir con la puerta. No sabia frenar, ni dar las curvas. Tardamos mucho más de lo normal en alcanzar el viejo cauce del Turia. Fue allí donde aprendió a montar en bicicleta. En una de las rampas que hay para bajar al lecho del cauce, empezó a coger confianza. La bajaba despacito, usando los frenos, después yo le empujaba cuesta arriba y volvíamos a bajar. Yo corriendo a su lado. O detrás de el. Cada vez era un intento diferente, a veces nos cruzábamos en la cuesta con viandantes. Otras con ciclistas. Diez veces repetimos el ejercicio. El encantado, yo con el corazón desbocado persiguiéndole a pie. Tardamos más dos horas en regresar a casa.

A partir de ese día, todas las mañanas cogíamos la bicicleta y hacíamos más de cinco kilómetros en ir a la academia, y otros cinco en volver. Y por las tardes visitábamos sitios de la ciudad. El puerto, el parque de cabecera, la ciudad de las artes y las ciencias, una pista de skate...

Aprendió a ponerse de pie, a soltarse de manos, a cambiar de marcha. A mediados de mes regresó mi novia, y poco después los niños regresaron con su madre, pero Iker no olvidó jamás como montar en bicicleta.


lunes, 3 de septiembre de 2018

La bici rota


¡No fue así!
La cara de Pau era una mezcla de rabia e impotencia, estaba tan nervioso que era incapaz de explicarse, le temblaban las manos y no podía expresarse con claridad. Estaba dolido, confuso y, a pesar de su carácter desafiante, estaba asustado, muy asustado.
Solo que el coche apareció por la esquina y no hizo ni el stop, ni el ceda el paso, ni nada ―rebatió y, al terminar, escondió las manos tras la espalda, incapaz de serenar el temblor. Pau recordaba el accidente a cámara lenta. Marc iba a su derecha cuando al doblar la esquina se encontraron al coche. Marc torció a su derecha y evito el impacto, pero Pau dudo. Ni acelero para esquivar el choque, ni giro a la derecha para evitar el impacto con su amigo. Esa indecisión hizo que volara por los aires por encima del capo del vehículo.
Pau tragó saliva, además del atropello tenía que salir indemne de las preguntas de su padre.
Volvíamos de casa de Yeray.
¿Quiénes?
Marc y yo.
¿No estaríais echando una carrera…?
Parecía que su padre le leía la mente, pero no pensaba claudicar. Él era el atropellado, el conductor se saltó un stop. El pique con Marc, por llegar a casa antes, era lo de menos.
Volvíamos a casa juntos, circulando en paralelo, y eso es legal, ¿sabes? podemos circular los dos en paralelo.
Pero, ¿ibais corriendo? ―insistió su padre.
Es una ligera cuesta abajo. Íbamos a velocidad…
!Ay, Dios!
¡No era una carrera! ―protestó Pau. Al menos no había ningún premio para el ganador.
Los daños en el coche son de más de trescientos euros, Pau, no podéis ir corriendo como locos con las bicis por ahí.
Pero la culpa fue de él. Él me atropelló. ―Se calló ante la férrea mirada de su padre, pero recordó la horquilla doblada de su bicicleta y no pudo contenerse en contestar―. También está rota la bici.
¡La bici, la bici! ―gritó el padre, que al mismo tiempo hizo ademán de pegar un guantazo a su hijo, pero finalmente se contuvo y se marchó del salón en dirección a la puerta de la casa. Se acercaría al cuartel de la guardia civil a intentar arreglarlo.
Pau tuvo temblores en las manos toda la tarde. Su padre regreso casi al anochecer y no dijo apenas nada. Pau tenía un nudo en el estómago y se negó a cenar. No hubo sonrisas en la mesa. Su madre también estuvo muy callada. Entrada la noche, cuando Pau se acostó, rompió a llorar. Toda la tensión acumulada, el dolor de espalda y la rabia, se diluyeron entre las lágrimas, llorar fue el bálsamo para que durmiera toda la noche de un tirón.
Si, en lugar de reñirle, su padre lo hubiera abrazado, se habría curado antes.