sábado, 8 de agosto de 2020

En busca del tesoro

 ¿Quién iba a pensar que no tendríamos wifi? ¿Quién podría imaginar que el único lugar del pueblo con cobertura fuera el mirador y tuviera que esperar el turno con los lugareños de aquella recóndita localidad situada entre Zamora y Portugal? Luego, mi madre me ha escuchado hablando de la dueña del alojamiento rural con mi hermano y me ha requisado el móvil.  Seguro que el Tribunal Europeo de los Derechos Humanos tiene resoluciones que condenarían a mi progenitora por lo que ha hecho, pero sin el teléfono y sin acceso a internet no puedo consultarlo.

La cuestión es que, después de quejarme del viaje, de la comida, de la falta de cobertura telefónica,  de la escasez de gente de mi edad en el pueblo y de no disponer de Netflix, a mi madre no le ha sentado bien mi comentario que transcribiré aquí: "Esa vieja bruja decrépita,  arrugada y mustia, que estando amargada ella de no follar en treinta años, nos quiere amargar a todos". A mí santa madre no le ha parecido apropiado y le ha dado igual mi alegato en favor de la libertad de expresión. 

La única tecnología de la que voy a disponer en la próxima semana es una vieja televisión en la sala común,  porque ni tele tienen en las habitaciones,  y papel y bolígrafo para escribir estas palabras y así desahogarme con la esperanza de que mis padres las lean y recapaciten sobre sus actos. 

Poco me queda pues para perecer de puro aburrimiento, mientras que mi hermano pequeño, que es tonto, ha hecho migas con la vieja,  perdón, con la señora mayor. El muchacho tiene diez años y está muy perdido. Me ha pedido que le acompañe a una excursión,  a buscar no sé qué cruz de piedra situada junto al río Tormes desde la que la señora mayor asegura que podremos divisar un tesoro.

Por supuesto que le he dicho que no. Ni loco. Con el calor que hace, no pienso moverme de la sombra de mi habitación,  salvo lo justo para alimentarme o recuperar mi teléfono. Pero el muy chivato se lo ha dicho a mi madre.  Así que hemos negociado y, a cambio de acompañar a mi hermano y de no sé qué viaje navegando por el Duero el jueves,  dice que me devolverá el móvil. 

He intentado que me lo diera hoy, para poder usarlo en caso de necesidad,  pero como dice mi madre, "si no hay cobertura en el pueblo, vas a tener cobertura en mitad del campo". 

En un intento vano de evitar el calor, hemos salido de excursión pasadas las seis de la tarde, hemos bajado andando por la carretera que desciende lentamente hasta el cauce, y digo andando porque a nadie en el pueblo se le ha ocurrido poner una tienda de alquiler de bicicletas. Más de seis kilómetros,  hora y media de trayecto, para alcanzar la dichosa cruz junto al río. 

¡Para cruz la mía con un hermano tan corto! Hemos llegado con goterones de sudor recorriendonos la espalda,  no sabía que los codos podían sudar, estrictamente no pueden, pero el sudor de mis brazos se escurría por mis codos. Me cobijo del sol bajo los árboles que inundan la orilla, mientras mi hermano me reclama a voces, pero estoy más interesado en refrescarme en ese hilo de agua al que denominan río. 

Lucho por alcanzar una zona de agua sin esa capa oleosa que se refleja en la ribera, pero tras un par de piedras inestables sobre las que pongo mi peso y casi me desequilibro, retorno a la orilla frustrado. Mi hermano está sentado bajo la cruz, lleva la cantimplora así que regreso a su lado. Lo veo cabizbajo, apesadumbrado por no obtener ningún tesoro. ¡Qué bobalicón!, con un poco de suerte regresaremos antes de que anochezca. Me ofrece agua y aprovecho una poca para mojarme el pelo, sin derrochar,  que quede un poco para la vuelta. Le devuelvo la cantimplora a mi hermano, pero en lugar de cogerla se levanta y se aleja. Me apaño entonces con una mano para peinarme un poco el pelo húmedo. 

Regresa el muchacho exultante: "¡Mira lo que brillaba a lo lejos!" Me muestra un anillo, parece de oro con una piedra engarzada. ¡Será posible! Me indica el lugar, junto a unas piedras blancas semienterradas. Me acerco. Excavo un poco y me alejo aterrado.

Es una mano.

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