La apuesta
22.50
Conchita tuvo un mal presentimiento cuando Juan, uno de los clientes habituales, entró en el local. Iba arrastrando un pie, con un ojo cerrado por la hinchazón del párpado y la cara amoratada por varios golpes. Respecto al dolor generalizado que debía sufrir en todo su cuerpo, lo daba por supuesto. Aun así, ella no tenía suficiente confianza con el sujeto para mostrar preocupación, que presentándose en la casa de apuestas con esas pintas, no auguraba nada bueno, así que prosiguió con su trabajo, ignorándolo.
Él se dirigió directamente hacia ella para que le comprobara su boleto.
—No está premiado —afirmó en tono monocorde.
—¡¿Qué?! —Él no mudó en ningún momento la expresión de su rostro, pero porque con cada movimiento sentía intensos dolores que se le incrustaban en la cabeza.
—Lo siento, el partido ha terminado 3-1 —sentenció ella.
—Iban 3-0 en el 87’. No puede ser.
Una lágrima amenazó con salir de su único ojo sano, pero se giró, impidiendo que Conchita llegara siquiera a intuirla, con el mismo movimiento arrugó el puto boleto y masculló por lo bajo:
—Quizá mi hermana esta vez…
20.45
Acababan de marcar el 3-0 cuando la radio se estrelló contra su rostro, perdiendo en ese momento el conocimiento y la retrasmisión del partido. Sin embargo el golpe no le dolió tanto. Eran casi seis mil euros de premio por acertar ese resultado.
De todas maneras, habría que añadir, que antes de que entraran aquellos dos energúmenos en su domicilio, no coincidía la narración deportiva sintonizada en la radio, con las imágenes del partido televisado. La mesa camilla rivalizaba en desorden con el sucio suelo del salón. Si la quiniela había sido su pasión, la aparición de locales de apuestas deportivas había sido su perdición. Listados de goleadores de la liga turca se mezclaban con otros idénticos de las ligas italiana, francesa, alemana y rusa, si buscabas un poco, encontrarías referencias de la liga china y también la japonesa. Llevaba años estudiándolo todo: porteros, defensas, medios y delanteros; victorias en casa y fuera; rachas de partidos ganados, penalties, expulsiones y árbitros; movimientos accionariales de los grandes equipos; promesas, canteranos y fichajes estrella. Pero sobre todo los coeficientes y las casas de apuestas. «Mantén siempre las tres reglas: Uno, nunca apuestes a un coeficiente menor de 1,5, los beneficios son muy bajos. Dos, nunca apuestes a un coeficiente por encima del 3, es demasiado arriesgado. Y por último, no combines más de tres resultados en una apuesta, acaba siendo una lotería».
Y, sobre todo, compara casas de apuestas para ver cuál te da el mejor coeficiente, escoge en la red los mejores porcentajes y vigila las noticias de partidos amañados. Anota, recuerda: horarios, días, ligas, campeonatos. Y, apuesta.
Ir a las casas de apuestas que poblaban la ciudad, era un aliciente para relacionarse con otros aficionados, salir de casa y disfrutar un poco de las pantallas gigantes de los establecimientos, aunque el dinero se movía en internet. Pero cuando empiezas a tener problemas de efectivo, quitarse la conexión a la red en casa, era una manera temporal de superar la mala racha.
Estaba seguro de que cuando despertara estaría completamente dolorido y solo, pero tendría los seis mil euros del premio y podría devolver el dinero al prestamista. Aquella paliza era innecesaria.
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