Una parábola perfecta. Mi mano describió una parábola perfecta hasta impactar en su rostro. Después continué con un par de docenas de puñetazos. En la cabeza principalmente. Paré cuando mis pulmones se ahogaron. Puto tabaco. Uno de mis golpes le alcanzó en el plexo solar. Boqueaba tirada en el suelo del salón. Ella estaba más asfixiada que yo.
Maldita loca. A pesar del cansancio la rabia volvía a mi. No tanta como al principio. La suficiente para seguir pateándola. Un poco más. Hasta oírla disculparse.
Unas horas más tarde vino la policía.
Me denunció.
Hice mal. Yo la quiero. Estamos enamorados. No era mi intención. Yo no quería. Fue ella. Ella empezó. Ella me insultó. Yo no tenía intención. Fue ella. Yo no soy así.
¿Qué otra cosa podía hacer? Tenía que defender mi honor. Soy un hombre. No soy un animal. Me puso el plato de sopa en la mesa. No había cuchara. ¿Como pretendía que comiera la sopa? ¿Con las manos? ¿Acaso soy un puto cerdo?
Fue culpa suya, pero ella me quiere, estamos enamorados.
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