―¡No fue así!
La cara de Pau era una mezcla de rabia e
impotencia, estaba tan nervioso que era incapaz de explicarse, le
temblaban las manos y no podía expresarse con claridad. Estaba
dolido, confuso y, a pesar de su carácter desafiante, estaba
asustado, muy asustado.
―Solo que el coche apareció por la
esquina y no hizo ni el stop, ni el ceda el paso, ni nada ―rebatió
y, al terminar, escondió las manos tras la espalda, incapaz de
serenar el temblor. Pau recordaba el accidente a cámara lenta. Marc
iba a su derecha cuando al doblar la esquina se encontraron al coche.
Marc torció a su derecha y evito el impacto, pero Pau dudo. Ni
acelero para esquivar el choque, ni giro a la derecha para evitar el
impacto con su amigo. Esa indecisión hizo que volara por los aires
por encima del capo del vehículo.
Pau tragó saliva, además del atropello
tenía que salir indemne de las preguntas de su padre.
―Volvíamos de casa de Yeray.
―¿Quiénes?
―Marc y yo.
―¿No estaríais echando una carrera…?
Parecía que su padre le leía la mente,
pero no pensaba claudicar. Él era el atropellado, el conductor se
saltó un stop. El pique con Marc, por llegar a casa antes, era lo de
menos.
―Volvíamos a casa juntos, circulando en
paralelo, y eso es legal, ¿sabes? podemos circular los dos en
paralelo.
―Pero, ¿ibais corriendo? ―insistió su
padre.
―Es una ligera cuesta abajo. Íbamos a
velocidad…
―!Ay, Dios!
―¡No era una carrera! ―protestó Pau.
Al menos no había ningún premio para el ganador.
―Los daños en el coche son de más de
trescientos euros, Pau, no podéis ir corriendo como locos con las
bicis por ahí.
―Pero la culpa fue de él. Él me
atropelló. ―Se calló ante la férrea mirada de su padre, pero
recordó la horquilla doblada de su bicicleta y no pudo contenerse en
contestar―. También está rota la bici.
―¡La bici, la bici! ―gritó el padre,
que al mismo tiempo hizo ademán de pegar un guantazo a su hijo, pero
finalmente se contuvo y se marchó del salón en dirección a la
puerta de la casa. Se acercaría al cuartel de la guardia civil a
intentar arreglarlo.
Pau tuvo temblores en las manos toda la
tarde. Su padre regreso casi al anochecer y no dijo apenas nada. Pau
tenía un nudo en el estómago y se negó a cenar. No hubo sonrisas
en la mesa. Su madre también estuvo muy callada. Entrada la noche,
cuando Pau se acostó, rompió a llorar. Toda la tensión acumulada,
el dolor de espalda y la rabia, se diluyeron entre las lágrimas,
llorar fue el bálsamo para que durmiera toda la noche de un tirón.
Si, en lugar de reñirle, su padre lo
hubiera abrazado, se habría curado antes.
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