domingo, 31 de marzo de 2019

La caída del Alcazar

-¡María!

Una voz familiar sonó entre los matorrales, junto al camino de regreso a Toledo. De allí salió su hermana, parapetada tras ellos.

-¿Que hacéis vos aquí? -preguntó sorprendida.

-Salvaros, hermana -contestó escuetamente la recién llegada y a la par mostró su sonrisa.

Pero a María, tras escapar del asedio del Alcázar, le urgía regresar a la ciudad y reunir a las tropas que aún le quedarán.

-Debemos volver, Toledo y sus gentes nos necesitan.

-Ya no les debemos nada, María. Todo esta perdido, es el momento de huir. Vuestro marido yace lejos de aquí, y la ciudad caerá más pronto que tarde en manos del Rey.

Una mueca de rabia se movió en la comisura de sus labios.

-¿Acaso osas llamar rey a ese extranjero? -inquirió María.

-¿Es que no es el hijo de Juana? La misma que no aceptó el reinado que le ofreció vuestro marido, para no enfrentarse a su hijo.

Un breve silencio acompaño aquella afirmación. María se tomó su tiempo en contestar. Pero lo hizo con firmeza:

-No merece Castilla gobernantes que no la aman. Fuimos la primera comunidad del reino y mantendremos la llama. Soy María López de Mendoza y Pacheco, viuda de Juan de Padilla, capitán general de los comuneros, Leona de Castilla, Brava Hembra, Centella de Fuego y defenderé con mi vida hasta el último comunero.

Se le nublo la vista a la interlocutora, su hermana no veía el peligro y era terca y cabezota.

-Apenas un día habéis mantenido el alcázar, ya no hay tropas francesas en Navarra que entretengan al rey, los nobles ya no apoyan la revuelta, y tuvisteis que apuntar vuestros propios cañones hacia la ciudad para evitar las deserciones, no debéis regalar al rey vuestra cabeza. Vuestro hijo Pedro no debe quedar huérfano de madre.

-¡No rendiré la ciudad!

-¡Por Dios que no lo haréis! Solo debéis marchar, el camino hacia Portugal este despejado, cruzareis la frontera antes que descubran vuestra marcha.

No tenía intención de ceder pero entre los matorrales apareció en aquel momento el pequeño Pedro, que corrió hacia los brazos de su madre y la hizo quebrar.

-¿Quien sabe todo esto?

-Nadie lo debe saber -le dijo mientras la ayudaba a montar el caballo-. Hay un largo viaje hasta Talavera, allí os darán cobijo y os acompañarán el resto del camino.

-Hermana, yo... -Las palabras se ahogaba en su garganta-. Yo hice lo que pude -afirmó, con lágrimas en los ojos.

Apenas la dejo decir más.

-Nuestro hermano Luis intercederá por vos, cuidad del pequeño.

Una sonrisa envolvió el abrazo entre las dos.

Cuatro de febrero de mil quinientos veintidós.

miércoles, 6 de marzo de 2019

La cuchara

Una parábola perfecta. Mi mano describió una parábola perfecta hasta impactar en su rostro. Después continué con un par de docenas de puñetazos. En la cabeza principalmente. Paré cuando mis pulmones se ahogaron. Puto tabaco. Uno de mis golpes le alcanzó en el plexo solar. Boqueaba tirada en el suelo del salón.  Ella estaba más asfixiada que yo.

Maldita loca. A pesar del cansancio la rabia volvía a mi. No tanta como al principio. La suficiente para seguir pateándola. Un poco más. Hasta oírla disculparse. Unas horas más tarde vino la policía.

Me denunció. Hice mal. Yo la quiero. Estamos enamorados. No era mi intención. Yo no quería. Fue ella. Ella empezó. Ella me insultó. Yo no tenía intención. Fue ella. Yo no soy así.

¿Qué otra cosa podía hacer? Tenía que defender mi honor. Soy un hombre. No soy un animal. Me puso el plato de sopa en la mesa. No había cuchara. ¿Como pretendía que comiera la sopa? ¿Con las manos? ¿Acaso soy un puto cerdo?

Fue culpa suya, pero ella me quiere, estamos enamorados.