martes, 8 de octubre de 2019

Cocodrilo


Grande, pesado, rápido y carnívoro.
Para ser parco en palabras, era, como mínimo, peligroso.
Pero ella no se sintió intimidada cuando se lo encontró de frente.
Solo vio un bolso y unos zapatos de piel.

domingo, 21 de julio de 2019

De León a Valencia.

Tenemos a un anciano en la habitación. Anciano es una palabra imprecisa para definir la edad del sujeto. Podría estar entre los sesenta y los ochenta años. Si su edad fuera aún mayor, se podría decir que en apariencia se conserva muy bien. Luego, al iniciar una conversación con él, descubriríamos que su mente no está tan ágil. Quizás la palabra anciano no termina de definir correctamente a esta persona, así que para referirnos a él usaremos su apellido, el señor García, con eso será suficiente por el momento.
El señor García se encuentra sentado al borde de la cama, en una habitación aséptica, que podría pertenecer a una residencia o a un hospital, pero el señor García no recuerda exactamente dónde está, ni qué hace allí, ni tan siquiera cuánto tiempo lleva alojado en esa habitación de paredes blancas, sin cuadros, ni fotografías, ni objetos que puedan ejercer ningún tipo de recuerdo sobre él. Su mente está ajena a lo que ocurre a su alrededor, con la vista centrada en un punto inconcreto de la habitación, un poco por encima del escritorio que se encuentra a la derecha de la cama. Está sentado de espaldas a la puerta, por la que entran dos personas en este momento, aunque el señor García no sea consciente del hecho hasta que aparecen en su campo de visión e interactúan con él.
―Buenos días, abuelo. ¿Cómo estás hoy?
―¿Recuerdas algo de la conversación de ayer?
El señor García ha escuchado la palabra abuelo, por lo que entiende que al menos uno de ellos debe de ser su nieto. Aunque en este momento no llegue a recordarlo. Eso molesta al señor García aunque, fijándose bien en ellos, sus rostros le parecen familiares.
―La cabeza me falla más de lo que me gustaría, desgraciadamente ni tan siquiera recuerdo quiénes sois.
―Abuelo, nos estabas contando un accidentado viaje que realizaste de pequeño con los bisabuelos y tus hermanos, en un viejo Seat 127 blanco...
―Un inicio de vacaciones de verano, yayo, ibais de León a Valencia.
Y entonces la mente del señor García encuentra de una manera nítida ese recuerdo y comienza a hablar, como si la conversación del día anterior no se hubiera interrumpido y el resto de sus preocupaciones ―dónde está, qué hace allí, qué le pasa a su memoria― no fueran importantes.
―Bajábamos un par de veces al año a visitar a la familia a Valencia. Nosotros vivíamos lejos, pero en vacaciones mis padres siempre organizaban unos días para visitar a los abuelos y a los tíos, nos repartíamos entre los abuelos de Torrente y los de Valencia. Madrugábamos mucho el día del viaje, que nunca duraba menos de ocho horas, pero hubo un año en el que se alargó más de doce.
El señor García sonríe mientras rememora y sus dos nietos, ahora ya sabemos que los tres son familia, escuchan embelesados.
―Era un domingo de mucho calor, aunque a las siete de la mañana, todavía no se notaba. Al alcanzar Medina de Rioseco el motor empezó a humear y tuvimos que parar. Mi padre, vuestro bisabuelo, no era un gran experto en motores, pero tenía don de gentes y se apañó para localizar a un mecánico el primer domingo de agosto en un pueblo donde no nos conocían. Tras una hora allí parados la conclusión fue que el radiador estaba agujereado y perdía agua. No había opción de conseguir la pieza ese mismo domingo, pero se podía continuar el viaje realizando frecuentes paradas para ir rellenando el viejo radiador y evitar así que el motor se recalentara. Eso nos hizo ralentizar el viaje.
Ahora el señor García hace una pequeña parada en su exposición para beber un poco de agua de un vaso que hay en la mesita de noche que acompaña a la cama.
―Pero el problema mayor era el calor que hacía en aquel coche sin aire acondicionado. Al pasar Madrid el tiempo cambió bruscamente y unos enormes nubarrones oscuros precipitaron sobre nosotros una breve y repentina granizada, que a los pocos minutos se devaluó en una potente lluvia que caía sobre nuestro vehículo. Y entonces, sin venir a cuento, el cristal de la aleta trasera derecha del coche se desprendió, dejándonos a mí y a mis hermanos a la intemperie. Mi padre detuvo el coche para intentar que no entrara agua por la ventanilla y a mí me tocó colocarme bajo ella y sujetar el cristal, que no se había roto. A los pocos minutos estaba tiritando de frío.
―¿Por qué tuviste que ponerte tú, abuelo? ―interrumpió uno de los nietos.
―Yo era el mayor de los tres, mis hermanos eran todavía demasiado pequeños, yo rondaría los diez años entonces.
―¿Y te resfriaste, abuelo?
―La verdad es que no me acuerdo. ―Se sinceró el señor García―. Pero recuerdo que mi padre paró en Tarancón y que al subir las escaleras mi hermana se cayó y se golpeó en la nariz, que empezó a sangrarle copiosamente. Tras ese nuevo percance reanudamos la marcha en dirección a Valencia, pero todavía tuvimos tiempo de pinchar una rueda y que mi padre tuviera que cambiarla en mitad de la lluvia, sacó todas las maletas del atiborrado maletero para poder alcanzar la rueda de repuesto y el gato para levantar el vehículo. Cuando entró en el coche estaba completamente empapado. Más de doce horas nos ocupó aquel día todo el trayecto.
A partir de este momento el señor García deja de hablar. Su mente queda alojada en aquellos recuerdos de juventud. A los pocos minutos sus dos nietos abandonan la habitación y dejan al señor García nuevamente solo.
―Ha mezclado dos viajes diferentes esta vez ―dice el más alto de los nietos.
―Ya, ha pasado del verano al invierno al cruzar Madrid. ―Sonríe el segundo. ¿Crees que rememorar estas historias le hace bien?
―Los papás dicen que sí. Dicen que recordar cosas ralentiza el alzhéimer.
―Bueno, mañana nos pasaremos otra vez después de clase.

martes, 21 de mayo de 2019

Monedas en España

Pequeño listado de diferentes monedas que han estado en curso en España.


Época Moneda Origen
Edad media Florín Italia
Edad media Ducado Italia
Edad media Maravedí Musulmán
Edad media Dinar Musulmán
Edad Romana Tremís Romano
Edad Romana Silíqua Romano
Edad media Jaqués Carolingio
Edad media Dinero Carolingio
Edad media Doblás o Castellanos Reyes católicos
Edad media Excelentes Reyes católicos
Edad media Escudo Austrias
Edad media Real Austrias
Edad media Peseta Borbones
Edad media Duro Borbones

Estas son algunas monedas.

domingo, 12 de mayo de 2019

Botarate

Los aceros suenan al cruzarse. No es un sonido agradable cuando te juegas la vida. Procuro mantenerme de perfil a mi contrincante, para ofrecerle la menor parte posible de mi cuerpo como blanco. Él, pertrechado en su armadura, se cubre menos que yo, confiado en su mandoble y sus protecciones. Yo me muevo ligero entre sus estocadas, mi arma, un florete mucho menos pesado que su espada, parece endeble en cada golpe, pero resiste. Yo soy paciente y habilidoso, mi jubón de cuero me proporciona una protección escasa, a cambio de una movilidad absoluta.

 Un pequeño estruendo resuena en la sala cuando su mandoble golpea una de las columnas con las que protejo momentaneamente mi cuerpo. Sus golpes me duelen en la muñeca, un par más de esos y tendré que coger el florete con las dos manos, ¡qué deshonra!

 Es grande y rápido a pesar de la armadura, pero en estos casos soy más paciente todavía. Al final, en pocos minutos se moverá demasiado lento, se escuchará su resuello pidiendo un respiro y estará perdido.

Esquivo un golpe alto y flexiono mis piernas impulsando mi cuerpo hacia delante, le alcanzo con un movimiento rápido en el pecho, en la armadura, cosa que, obviamente, no le hiere y que me deja en una posición poco deseable, demasiado cerca. Se abalanza sobre mí y rodamos por el suelo. La cosa se complica, con esa coraza debe de pesar cincuenta kilos más que yo.
Pierdo el florete en el envite y él se desentiende de su espada cuando le golpeo con un puñal en el guantelete. Por supuesto, no le he herido con la hoja, pero le he hecho daño en la mano y lo he despistado lo suficiente para zafarme de él.

 Me alejo y busco mi florete por el suelo, y me arrepiento de no haberle rematado con un golpe certero de mi puñal en su garganta. Ahora ha recuperado su mandoble, yo estoy sin florete y él sabe que estoy en desventaja. Escucho su risa mientras se levanta despacio, su puñetera armadura le hace lento, pero tiene pocos huecos por donde hundirle el arma. Estoy en el momento justo para huir y desistir, él se interpone entre el cofre y yo, pero el camino hacia la puerta esta despejado y no podría seguirme ni cincuenta metros con esas pesadas protecciones. Sólo aprieto los dientes.

 Se acerca. Le espero con el puñal en mi derecha y hago que observe mi mano izquierda desnuda, quiero que se confíe y piense que no llevo más armas. Tengo que acercarme demasiado para matarle. Esquivo su primer golpe e intento aproximarme, ¡imposible! Su segundo mandoble roza mi jubón y retrocedo otra vez. Me escondo tras una columna y recojo algo de arena del suelo con la mano.

Vuelvo a encararme a él, me ha dicho algo, pero no le he entendido. Nuevamente intenta golpearme y lo vuelvo a esquivar. Le lanzo la arena a los ojos y fallo. Se rie de mi ineptitud. Tropiezo y me arrastro lejos de su siguiente golpe. El actúa demasiado lento ante mi infortunio y deja escapar la oportunidad.

-Te queda poco, bailarín. Voy a ensartarte con mi espada.

 Lanza un nuevo golpe acuchillando el aire y me arrincona en una pared. Cuando regresa su brazo con otra puñalada, tomo impulso con mis piernas y me abalanzo contra él, no se lo espera y no puede armar su brazo, chocamos, mi cuerpo contra su hombro. Eso hace que mantenga su espada abajo, mis manos libres, él lento y pesado, mis fuerzas justas, casi no lo derribo. Casi.

Intenta levantar el mandoble desde el suelo, pero yo ya estoy encima, con la mano derecha levanto su casco y con la izquierda clavo mi puñal en su garganta y lo levanto hasta el cerebro. Lo mantengo firme mientras mi mano se llena de su sangre y él se ahoga con ella, hasta que no se mueve. Me retiro rápido de encima, para evitar un posible golpe postrero, pero no lo intenta. Sus únicos movimientos ya son leves estertores. Estoy sudando. Mi ánimo oscila entre el terror y la euforia.

 Recojo mi florete y diviso el cofre. Lo abro. Está vacio.

domingo, 31 de marzo de 2019

La caída del Alcazar

-¡María!

Una voz familiar sonó entre los matorrales, junto al camino de regreso a Toledo. De allí salió su hermana, parapetada tras ellos.

-¿Que hacéis vos aquí? -preguntó sorprendida.

-Salvaros, hermana -contestó escuetamente la recién llegada y a la par mostró su sonrisa.

Pero a María, tras escapar del asedio del Alcázar, le urgía regresar a la ciudad y reunir a las tropas que aún le quedarán.

-Debemos volver, Toledo y sus gentes nos necesitan.

-Ya no les debemos nada, María. Todo esta perdido, es el momento de huir. Vuestro marido yace lejos de aquí, y la ciudad caerá más pronto que tarde en manos del Rey.

Una mueca de rabia se movió en la comisura de sus labios.

-¿Acaso osas llamar rey a ese extranjero? -inquirió María.

-¿Es que no es el hijo de Juana? La misma que no aceptó el reinado que le ofreció vuestro marido, para no enfrentarse a su hijo.

Un breve silencio acompaño aquella afirmación. María se tomó su tiempo en contestar. Pero lo hizo con firmeza:

-No merece Castilla gobernantes que no la aman. Fuimos la primera comunidad del reino y mantendremos la llama. Soy María López de Mendoza y Pacheco, viuda de Juan de Padilla, capitán general de los comuneros, Leona de Castilla, Brava Hembra, Centella de Fuego y defenderé con mi vida hasta el último comunero.

Se le nublo la vista a la interlocutora, su hermana no veía el peligro y era terca y cabezota.

-Apenas un día habéis mantenido el alcázar, ya no hay tropas francesas en Navarra que entretengan al rey, los nobles ya no apoyan la revuelta, y tuvisteis que apuntar vuestros propios cañones hacia la ciudad para evitar las deserciones, no debéis regalar al rey vuestra cabeza. Vuestro hijo Pedro no debe quedar huérfano de madre.

-¡No rendiré la ciudad!

-¡Por Dios que no lo haréis! Solo debéis marchar, el camino hacia Portugal este despejado, cruzareis la frontera antes que descubran vuestra marcha.

No tenía intención de ceder pero entre los matorrales apareció en aquel momento el pequeño Pedro, que corrió hacia los brazos de su madre y la hizo quebrar.

-¿Quien sabe todo esto?

-Nadie lo debe saber -le dijo mientras la ayudaba a montar el caballo-. Hay un largo viaje hasta Talavera, allí os darán cobijo y os acompañarán el resto del camino.

-Hermana, yo... -Las palabras se ahogaba en su garganta-. Yo hice lo que pude -afirmó, con lágrimas en los ojos.

Apenas la dejo decir más.

-Nuestro hermano Luis intercederá por vos, cuidad del pequeño.

Una sonrisa envolvió el abrazo entre las dos.

Cuatro de febrero de mil quinientos veintidós.

miércoles, 6 de marzo de 2019

La cuchara

Una parábola perfecta. Mi mano describió una parábola perfecta hasta impactar en su rostro. Después continué con un par de docenas de puñetazos. En la cabeza principalmente. Paré cuando mis pulmones se ahogaron. Puto tabaco. Uno de mis golpes le alcanzó en el plexo solar. Boqueaba tirada en el suelo del salón.  Ella estaba más asfixiada que yo.

Maldita loca. A pesar del cansancio la rabia volvía a mi. No tanta como al principio. La suficiente para seguir pateándola. Un poco más. Hasta oírla disculparse. Unas horas más tarde vino la policía.

Me denunció. Hice mal. Yo la quiero. Estamos enamorados. No era mi intención. Yo no quería. Fue ella. Ella empezó. Ella me insultó. Yo no tenía intención. Fue ella. Yo no soy así.

¿Qué otra cosa podía hacer? Tenía que defender mi honor. Soy un hombre. No soy un animal. Me puso el plato de sopa en la mesa. No había cuchara. ¿Como pretendía que comiera la sopa? ¿Con las manos? ¿Acaso soy un puto cerdo?

Fue culpa suya, pero ella me quiere, estamos enamorados.