lunes, 12 de diciembre de 2022

IV edición maratón de relatos Sagunt Negre

    Segundo año en el que he participado en el maratón de relatos de Sagunto negro, en el que teníamos que usar la primera frase "No pensaba hacerlo, pero no puedo resistirme", como inicio del relato y en el que no nos podíamos extender más de 150 palabras. Me ganaron tres concursantes mejores, (Aurora Rapún, Ana Martínez y Rafa Sastre), y encima conté mal y no pude poner la frase final. Pero muy contento de haber participado.

Yo tuve un lío con Hung Ching Tao

    No pensaba hacerlo, pero no puedo resistirme, empujo al señor Tao al fondo del pasillo y lo introduzco en la habitación. Como me ponen los chinos. Creo que son sus miradas enigmáticas, las que me fascinan y me hacen sucumbir. Recorro su cuerpo con mis manos y detecto que además está bien dotado, después de la sorpresa inicial descubro que colabora gratamente en las artes amatorias. Las ganas nos desbordan y enseguida alcanzamos el clímax. Luego Tao se pone amarillo. Mucho más amarillo de lo que suele ser un oriental medio, se queda inerte en la cama.

    No reacciona a los cachetes, intento salir de allí despavorida, pero la puerta está cerrada por fuera. Durante el eterno lapso de tiempo en el que se mantiene cerrada, al muerto le da tiempo de pasar del amarillo al gris macilento. Finalmente unos ojos rasgados que escudriñan mi rostro han abierto. Como me ponen los chinos.



VII edición del maratón de microrrelatos Valencia Escribe Massamagrell

     Llevo como cuatro años participando en el maratón de relatos que organiza el colectivo Valencia Escribe en colaboración con la biblioteca y el ayuntamiento de Massamagrell, que hasta el momento y en todos los casos han sido mañanas entretenidas, divertidas y llenas de nervios y emoción, los dos últimos años, además, he conseguido quedar en segunda posición, y en este caso he decidido compartir en este post los tres relatos que escribí durante mi participación, para alcanzar el subcampeonato.

    Para pasar a la segunda fase había que completar un microrrelato de un máximo de cien palabras que debía de iniciarse con la siguiente frase: Ha llegado la hora de que conozcas toda la verdad. Y esta fue mi aportación:

El señor ballena no se entera

    Ha llegado la hora  de que conozcas toda la verdad. La erudita se había puesto críptica, con voz queda, nos ofrecía una sabiduría que no la hallaríamos en los medios. Abrí el buscador y puse la palabra, la primera referencia era la página de Wikipedia, pero no había información relevante, James Whales, el creador de la Wikipedia nos había fallado, así que acabamos en la biblioteca. La información era parcial, encontrábamos cosas relevante a cuenta gotas, hasta que al final dimos con la clave. Hace muchos años, un tal Cervantes había escrito un bestseller.

    Pasé a la segunda fase y con mi segundo relato promocioné para clasificarme para la final, en este caso la extensión máxima era la misma, pero la frase era la siguiente: Entonces comprendí que me había equivocado.  Con la particularidad de que en este caso debía de ser la última frase del relato. 

Me lo merezco

    No soy yo persona dada a los halagos ni a las grandes florituras hacia mi persona, no soporto a los lameculos ni a los pelotas de voz engolada, pero en cambio, si soy devoto de las personas sinceras. Y si soy el mejor se dice y punto.

    Era el momento y me levanté. Pero no habían dicho mi nombre, así que tristemente me escabullí por detrás de una columna completamente abochornado. A partir de aquel momento solo me dediqué a criticarle, boicotearle, en definitiva, A odiarle profundamente. Muchos años después leí su obra. Entonces comprendí que me había equivocado.

    Quizás fue el mejor relato de los tres que escribí esa mañana. Una vez clasificado para la final, donde quedábamos solo diez participantes de los más de treinta iniciales, la extensión máxima se redujo a 75 palabras. Y la frase por la que debía empezar el relato fue esta: Le ofreció su propio revolver con guardas de nácar. Y este fue el relato con el que quedé segundo:

Talibanes de la ortografía

    Le ofreció su propio revolver con guardas de nácar, pero él lo rechazó. Por miedo, por convicción, por principios, nadie podía estar seguro del motivo, era lo que se esperaba de él, pero el caso es que no lo hizo.

    Muchos años después, en su lecho de muerte, confesó el motivo. Solo tuve que mirar en sus ojos, nunca quise condenar a alguien profundamente arrepentido.



sábado, 8 de agosto de 2020

En busca del tesoro

 ¿Quién iba a pensar que no tendríamos wifi? ¿Quién podría imaginar que el único lugar del pueblo con cobertura fuera el mirador y tuviera que esperar el turno con los lugareños de aquella recóndita localidad situada entre Zamora y Portugal? Luego, mi madre me ha escuchado hablando de la dueña del alojamiento rural con mi hermano y me ha requisado el móvil.  Seguro que el Tribunal Europeo de los Derechos Humanos tiene resoluciones que condenarían a mi progenitora por lo que ha hecho, pero sin el teléfono y sin acceso a internet no puedo consultarlo.

La cuestión es que, después de quejarme del viaje, de la comida, de la falta de cobertura telefónica,  de la escasez de gente de mi edad en el pueblo y de no disponer de Netflix, a mi madre no le ha sentado bien mi comentario que transcribiré aquí: "Esa vieja bruja decrépita,  arrugada y mustia, que estando amargada ella de no follar en treinta años, nos quiere amargar a todos". A mí santa madre no le ha parecido apropiado y le ha dado igual mi alegato en favor de la libertad de expresión. 

La única tecnología de la que voy a disponer en la próxima semana es una vieja televisión en la sala común,  porque ni tele tienen en las habitaciones,  y papel y bolígrafo para escribir estas palabras y así desahogarme con la esperanza de que mis padres las lean y recapaciten sobre sus actos. 

Poco me queda pues para perecer de puro aburrimiento, mientras que mi hermano pequeño, que es tonto, ha hecho migas con la vieja,  perdón, con la señora mayor. El muchacho tiene diez años y está muy perdido. Me ha pedido que le acompañe a una excursión,  a buscar no sé qué cruz de piedra situada junto al río Tormes desde la que la señora mayor asegura que podremos divisar un tesoro.

Por supuesto que le he dicho que no. Ni loco. Con el calor que hace, no pienso moverme de la sombra de mi habitación,  salvo lo justo para alimentarme o recuperar mi teléfono. Pero el muy chivato se lo ha dicho a mi madre.  Así que hemos negociado y, a cambio de acompañar a mi hermano y de no sé qué viaje navegando por el Duero el jueves,  dice que me devolverá el móvil. 

He intentado que me lo diera hoy, para poder usarlo en caso de necesidad,  pero como dice mi madre, "si no hay cobertura en el pueblo, vas a tener cobertura en mitad del campo". 

En un intento vano de evitar el calor, hemos salido de excursión pasadas las seis de la tarde, hemos bajado andando por la carretera que desciende lentamente hasta el cauce, y digo andando porque a nadie en el pueblo se le ha ocurrido poner una tienda de alquiler de bicicletas. Más de seis kilómetros,  hora y media de trayecto, para alcanzar la dichosa cruz junto al río. 

¡Para cruz la mía con un hermano tan corto! Hemos llegado con goterones de sudor recorriendonos la espalda,  no sabía que los codos podían sudar, estrictamente no pueden, pero el sudor de mis brazos se escurría por mis codos. Me cobijo del sol bajo los árboles que inundan la orilla, mientras mi hermano me reclama a voces, pero estoy más interesado en refrescarme en ese hilo de agua al que denominan río. 

Lucho por alcanzar una zona de agua sin esa capa oleosa que se refleja en la ribera, pero tras un par de piedras inestables sobre las que pongo mi peso y casi me desequilibro, retorno a la orilla frustrado. Mi hermano está sentado bajo la cruz, lleva la cantimplora así que regreso a su lado. Lo veo cabizbajo, apesadumbrado por no obtener ningún tesoro. ¡Qué bobalicón!, con un poco de suerte regresaremos antes de que anochezca. Me ofrece agua y aprovecho una poca para mojarme el pelo, sin derrochar,  que quede un poco para la vuelta. Le devuelvo la cantimplora a mi hermano, pero en lugar de cogerla se levanta y se aleja. Me apaño entonces con una mano para peinarme un poco el pelo húmedo. 

Regresa el muchacho exultante: "¡Mira lo que brillaba a lo lejos!" Me muestra un anillo, parece de oro con una piedra engarzada. ¡Será posible! Me indica el lugar, junto a unas piedras blancas semienterradas. Me acerco. Excavo un poco y me alejo aterrado.

Es una mano.

sábado, 4 de enero de 2020

Un regalo especial

 Él se pasaría toda la noche trabajando y ella, mientras tanto, pergeñó un regalo picante. Un body de encaje, unas medias con liguero, un sombrero rojo rematado con una borla blanca.

Luego, con el lento paso de las horas, la espera en el salón se eterniza, con las luces tenues, los dulces preparados, el calor de la chimenea...

Recostada en el sofá, entre aburrida y adormilada, su mano cae a la altura de la cintura, lo echa tanto de menos...

Primero una caricia y luego otra... Cuántas ganas... Y este hombre que no llega, así hasta que la mano bucea por debajo de esa pieza de encaje y roza, acaricia, pellizca e incluso en leves momentos algún dedo penetra. ¡Uff!, sin querer encuentra el ritmo y su respiración se agita levemente, luego rompe ese placentero compás para volver a empezar y eso la excita, acelera sus dedos y ohhhh.

Se convulsiona, abre y cierra las piernas, sonríe.

-Nicolás, cuánto estás tardando hoy, mi amor -susurra.

Feliz Navidad.

martes, 8 de octubre de 2019

Cocodrilo


Grande, pesado, rápido y carnívoro.
Para ser parco en palabras, era, como mínimo, peligroso.
Pero ella no se sintió intimidada cuando se lo encontró de frente.
Solo vio un bolso y unos zapatos de piel.

domingo, 21 de julio de 2019

De León a Valencia.

Tenemos a un anciano en la habitación. Anciano es una palabra imprecisa para definir la edad del sujeto. Podría estar entre los sesenta y los ochenta años. Si su edad fuera aún mayor, se podría decir que en apariencia se conserva muy bien. Luego, al iniciar una conversación con él, descubriríamos que su mente no está tan ágil. Quizás la palabra anciano no termina de definir correctamente a esta persona, así que para referirnos a él usaremos su apellido, el señor García, con eso será suficiente por el momento.
El señor García se encuentra sentado al borde de la cama, en una habitación aséptica, que podría pertenecer a una residencia o a un hospital, pero el señor García no recuerda exactamente dónde está, ni qué hace allí, ni tan siquiera cuánto tiempo lleva alojado en esa habitación de paredes blancas, sin cuadros, ni fotografías, ni objetos que puedan ejercer ningún tipo de recuerdo sobre él. Su mente está ajena a lo que ocurre a su alrededor, con la vista centrada en un punto inconcreto de la habitación, un poco por encima del escritorio que se encuentra a la derecha de la cama. Está sentado de espaldas a la puerta, por la que entran dos personas en este momento, aunque el señor García no sea consciente del hecho hasta que aparecen en su campo de visión e interactúan con él.
―Buenos días, abuelo. ¿Cómo estás hoy?
―¿Recuerdas algo de la conversación de ayer?
El señor García ha escuchado la palabra abuelo, por lo que entiende que al menos uno de ellos debe de ser su nieto. Aunque en este momento no llegue a recordarlo. Eso molesta al señor García aunque, fijándose bien en ellos, sus rostros le parecen familiares.
―La cabeza me falla más de lo que me gustaría, desgraciadamente ni tan siquiera recuerdo quiénes sois.
―Abuelo, nos estabas contando un accidentado viaje que realizaste de pequeño con los bisabuelos y tus hermanos, en un viejo Seat 127 blanco...
―Un inicio de vacaciones de verano, yayo, ibais de León a Valencia.
Y entonces la mente del señor García encuentra de una manera nítida ese recuerdo y comienza a hablar, como si la conversación del día anterior no se hubiera interrumpido y el resto de sus preocupaciones ―dónde está, qué hace allí, qué le pasa a su memoria― no fueran importantes.
―Bajábamos un par de veces al año a visitar a la familia a Valencia. Nosotros vivíamos lejos, pero en vacaciones mis padres siempre organizaban unos días para visitar a los abuelos y a los tíos, nos repartíamos entre los abuelos de Torrente y los de Valencia. Madrugábamos mucho el día del viaje, que nunca duraba menos de ocho horas, pero hubo un año en el que se alargó más de doce.
El señor García sonríe mientras rememora y sus dos nietos, ahora ya sabemos que los tres son familia, escuchan embelesados.
―Era un domingo de mucho calor, aunque a las siete de la mañana, todavía no se notaba. Al alcanzar Medina de Rioseco el motor empezó a humear y tuvimos que parar. Mi padre, vuestro bisabuelo, no era un gran experto en motores, pero tenía don de gentes y se apañó para localizar a un mecánico el primer domingo de agosto en un pueblo donde no nos conocían. Tras una hora allí parados la conclusión fue que el radiador estaba agujereado y perdía agua. No había opción de conseguir la pieza ese mismo domingo, pero se podía continuar el viaje realizando frecuentes paradas para ir rellenando el viejo radiador y evitar así que el motor se recalentara. Eso nos hizo ralentizar el viaje.
Ahora el señor García hace una pequeña parada en su exposición para beber un poco de agua de un vaso que hay en la mesita de noche que acompaña a la cama.
―Pero el problema mayor era el calor que hacía en aquel coche sin aire acondicionado. Al pasar Madrid el tiempo cambió bruscamente y unos enormes nubarrones oscuros precipitaron sobre nosotros una breve y repentina granizada, que a los pocos minutos se devaluó en una potente lluvia que caía sobre nuestro vehículo. Y entonces, sin venir a cuento, el cristal de la aleta trasera derecha del coche se desprendió, dejándonos a mí y a mis hermanos a la intemperie. Mi padre detuvo el coche para intentar que no entrara agua por la ventanilla y a mí me tocó colocarme bajo ella y sujetar el cristal, que no se había roto. A los pocos minutos estaba tiritando de frío.
―¿Por qué tuviste que ponerte tú, abuelo? ―interrumpió uno de los nietos.
―Yo era el mayor de los tres, mis hermanos eran todavía demasiado pequeños, yo rondaría los diez años entonces.
―¿Y te resfriaste, abuelo?
―La verdad es que no me acuerdo. ―Se sinceró el señor García―. Pero recuerdo que mi padre paró en Tarancón y que al subir las escaleras mi hermana se cayó y se golpeó en la nariz, que empezó a sangrarle copiosamente. Tras ese nuevo percance reanudamos la marcha en dirección a Valencia, pero todavía tuvimos tiempo de pinchar una rueda y que mi padre tuviera que cambiarla en mitad de la lluvia, sacó todas las maletas del atiborrado maletero para poder alcanzar la rueda de repuesto y el gato para levantar el vehículo. Cuando entró en el coche estaba completamente empapado. Más de doce horas nos ocupó aquel día todo el trayecto.
A partir de este momento el señor García deja de hablar. Su mente queda alojada en aquellos recuerdos de juventud. A los pocos minutos sus dos nietos abandonan la habitación y dejan al señor García nuevamente solo.
―Ha mezclado dos viajes diferentes esta vez ―dice el más alto de los nietos.
―Ya, ha pasado del verano al invierno al cruzar Madrid. ―Sonríe el segundo. ¿Crees que rememorar estas historias le hace bien?
―Los papás dicen que sí. Dicen que recordar cosas ralentiza el alzhéimer.
―Bueno, mañana nos pasaremos otra vez después de clase.

martes, 21 de mayo de 2019

Monedas en España

Pequeño listado de diferentes monedas que han estado en curso en España.


Época Moneda Origen
Edad media Florín Italia
Edad media Ducado Italia
Edad media Maravedí Musulmán
Edad media Dinar Musulmán
Edad Romana Tremís Romano
Edad Romana Silíqua Romano
Edad media Jaqués Carolingio
Edad media Dinero Carolingio
Edad media Doblás o Castellanos Reyes católicos
Edad media Excelentes Reyes católicos
Edad media Escudo Austrias
Edad media Real Austrias
Edad media Peseta Borbones
Edad media Duro Borbones

Estas son algunas monedas.